941 - Salmos. Escuchar y obedecer la palabra de Dios. Sal 81:11-12
Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio
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941 – Sal 81:11-12 – Salmos. Escuchar y obedecer la palabra de Dios. Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos. Este Salmo no hace énfasis en el juicio sino en la promesa y esperanza de bendecir al pueblo de Dios si obedecen Su palabra. El salmista en el Sal 81:1-5 hace una invitación a la alabanza, al culto gozoso. Dios se goza en la alabanza de su pueblo y quiere que los adoradores se gocen, “cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4:23). Las palabras del Salmo 81:6-16 es un llamado a la obediencia a la palabra de Dios. Son de tremendo significado, por cuanto contienen el propio testimonio de Dios a su pueblo acerca de lo que Él esperaba de ellos; en cuanto a lo que ellos debieran haber esperado de Él; y en cuanto a por qué ellos no llegaron a recibir sus más grandes bendiciones. Los últimos tres versos terminan el salmo con una nota de esperanza. Muestran lo que hubiera sido si Israel hubiera obedecido. Nos hacen recordar las bendiciones y maldiciones de Dt 28; cada persona y cada iglesia tiene que escoger una u otra. No podremos ver victoria en la vida cristiana ni victoria sobre las fuerzas del mal si no estamos obedeciendo la palabra de Dios. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Stg 4:7). I. Una invitación llena de misericordia. Él les ruega (1) “Oye, … ¡oh… si quisieras escucharme”. (Sal 81:8). Se debe tener un oído atento si se han de impartir la sabiduría y el poder divinos. (2) “No habrá en medio de ti dios ajeno”. (Sal 81:9). Nos exhorta a que no admitamos que nada tome el lugar de Él en los afectos de nuestro corazón, o como objeto de la confianza. Es ciertamente fácil cederlo todo a cambio de Él, cuando Él se ofrece a serlo todo para nosotros. (3) “Abre tu boca, y yo la llenaré” (Sal 81:10). Una boca abierta de par en par significa una gran expectativa. La prueba de que Él es capaz de, y que está bien dispuesto a, afrontar las mayores demandas que nuestra fe pueda hacer, está en esto: “Yo soy Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto”. Egipto es sinónimo de pecado. Aquel que puede salvar completamente puede satisfacer hasta lo más profundo. Escucha, cree, espera, obedece a Dios. II. Una queja dolorida. “Pero mi pueblo no oyó mi voz, el Israel no me quiso obedecer’ (Sal 81:11). Ellos rechazaron su palabra al no dar oído a su voz, y al rechazar su palabra, lo rechazaron a Él, “no quiso escucharme”. ¡Cuán lleno de gracia es Dios, que se lamenta ante la falta de oportunidad por bendecir a su pueblo! Su palabra y Él mismo están tan vitalmente conectados que rehusarla es rehusarle a Él. “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.” (Stg 1:22). III. Una condición miserable. “Los entregué, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron según sus propios consejos” (Sal 81:12). La terquedad e incredulidad significa una total derrota en presencia del enemigo: los enemigos no quedan derrotados. Una Iglesia impotente y sin fruto es la penosa evidencia de que la voz de Dios no es oída ni obedecida, y que estamos “caminando en nuestros propios consejos”, conducidos por la sabiduría de los hombres, descuidando la sabiduría de Dios. Los que están más ansiosos de las palabras de los hombres que de la palabra de Dios prefieren la paja que al trigo. Los hombres que se alimentan de paja resultan pobres soldados. El deseo de Dios es hacer de su pueblo “más que vencedores” (Ro 8:37). “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura.” (Is 55:2).