929 - Salmos. Un clamor de angustia. Sal 69:1-2
Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio
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929 – Sal 69:1-2 – Salmos. Un clamor de angustia. Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado. Este salmo debería ser leído de rodillas, como procedente de los labios del sufriente Hijo de Dios, Cristo. Este salmo es el más citado en el NT y gran parte de el fue aplicado al ministerio y sufrimiento de Cristo. Expresa los sentimientos de cualquier creyente que esté siendo fuertemente maltratado, pero se refiere de manera singular a Cristo. Cuando su situación parezca desesperada, determine que sin importar cuán malas se vuelvan las cosas, usted continuará orando. Dios escuchará su oración y lo rescatará. Cuando otros nos rechazan, Dios está con nosotros “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro 8:31). En los cinco versos iniciales podemos oír el clamor de un alma en total desesperación por la salvación de Dios. Las razones de ello son muy claras. Había una sensación de: I. Peligro. “Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma” (Sal 69:1). Su alma es como una nave en un mar tempestuoso. Las aguas del dolor y del temor le han venido encima. Ha estado debatiéndose por mantenerlas fuera, pero ha fallado. Las aguas han prevalecido, y grande es el peligro. "Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” (Is 43:2) II. Impotencia. “Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie” (Sal 69:2). En el profundo y cenagoso mar del pecado un persona no puede hacer otra cosa sino hundirse, porque allí no hay “fondo de ningún tipo”. Solo el Espíritu de Vida en Cristo Jesús puede salvarle. “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.” (Ro 8:2). La persona tiene que salir de este horrible hoyo antes de poder poner los pies sobre la roca. “Y [Dios] me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.”(Sal 40:2). III. Desesperanza. “He venido al fondo de las aguas, y me arrastra la corriente” (Sal 69:2b). Las aguas entran en su alma; ahora ha llegado “al fondo de las aguas”. Y como uno que se hunde debajo de la marea, las olas comienzan a golpear sobre él. La figura aquí empleada describe la incapacidad del pecador para liberarse de la culpa de su propio pecado. Igual podría tratar de volver la marea atrás como la ira de Dios contra el pecado. “Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.” (Mt 7:26-27). IV. Fatiga. “Estoy agotado de gritar por ayuda.” (Sal 69:3a NTV). No se nos oye por mucho clamar. Tenemos que poner fin a nuestro yo en la oración, así como a nuestro yo en las obras. V. Sed. “tengo la garganta reseca” (Sal 69:3b, NTV). Esta figura es la de una persona a punto de perecer en un ardiente desierto arenoso. Torrentes de aguas le están cubriendo, y sin embargo muere de sed. Éstas son las agonías de un alma que se debate en busca de la liberación del mundo y del pecado. Jesucristo es el único que puede salvarte del pecado y calmar tu sed. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” (Jn 7:37-38). VI. Ceguera. “Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios.” (Sal 69:3c). Él es ahora como uno en una atalaya, cuyos ojos están fatigados y cegados de tanto forzarlos esperando algo que no le ha llegado. No puede hacer ningún descubrimiento esperanzador. En mí, esto es, en mi carne, no mora el bien. (Ro 7:18). VII. Enemigos. “Se han hecho poderosos mis enemigos” (Sal 69:4).