899 - Salmos. Las miserias del pecado. Sal 38:1-2

Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio

899 – Sal 38:1-2 – Salmos. Las miserias del pecado. Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Así como un niño llora ante su padre, David también lo hizo ante Dios. David no decía: "No me castigues", sino: "No me castigues mientras estés enojado". Reconoció que merecía el castigo, pero pidió que Dios moderara su disciplina con misericordia. Como hijos, somos libres de pedir misericordia, pero no debemos negar que merecemos el castigo. Podemos en parte entender mal a David, si nos olvidamos de que actuaba no solo como rey de Israel, sino como el cantor nacional de Israel. Éste es el lenguaje de uno que recuerda los horrores del hoyo del pecado que ha sido sacado. Describe de manera adecuada: I. Las miserias del pecado. El pecado, cuando ha sido consumado, produce la muerte (Stg 1:15). Veamos cómo opera en el pecador que ha sido despertado por el convencimiento del Espíritu Santo: Hay, 1. Convicción. “Tus saetas se han clavado en mí” (Sal 38:2). No es tanto al pecador que Dios dispara como a sus pecados. Sus saetas son aguzadas y traspasan hasta lo más oculto del mal. La Palabra de Dios discierne el corazón. “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (He 4:13). 2. Desorden. “Nada hay sano en mi carne” (Sal 38:3). Toda su naturaleza moral quedó a descubierto como enferma y desordenada. Es una revelación de lo más perturbadora y humillante. Se ha descubierto que el corazón es un traidor engañoso, y que todas sus acciones son contaminadoras y desordenadas. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.” (Jer 17:9-10). 3. Agitación. “Ni hay reposo en mis huesos, a causa de mi pecado” (Sal 38:3). Los rasgos más fuertes en su carácter estaban perturbados y sacudidos ante el pensamiento del pecado. Todo el tejido de su naturaleza moral quedó revuelto. La verdadera convicción de pecado es un temblor en el alma, mayor a un sismo universal. 4. Opresión. “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí.” (Sal 38:4). Se han agravado sobre mí… como carga pesada. Pero Dios puede quitarlas, porque fue Él [Cristo] “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (1Pe 2:24). ¿Qué puede hacer aquel que tenga una carga demasiado pesada para él, y que no la puede echar de sí? ¡Oh miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. (Ro 7:24-25). 5. Corrupción. “Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura” (Sal 38:5). Ésta no es una exagerada figura de lenguaje, sino la sobria declaración de uno que ha visto y sentido el pecado en su verdadero carácter y efectos. Dios ve que el pecador “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.” (Is 1:6). No hay bálsamo en Galaad ni médico sobre la tierra que pueda sanar estas profundas y hediondas llagas. Solo Jesucristo puede curarlas “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Is 53:5). 6. Impotencia. “Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón.” (Sal 38:8). Toda su naturaleza estaba totalmente embotada, debilitada, e impotente para arrojar de sí aquella maligna dolencia. “Débiles, cargados y enfermos espirituales” es la condición de todos bajo la entorpecedora plaga del pecado. 7. Tinieblas.