870 - Salmos. El silencio de Dios. Sal 13:1

Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio

870 – Sal 13:1 Salmos. El silencio de Dios. ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?   La oración es una forma en la que podemos expresar nuestros sentimientos y hablar con Dios de nuestros problemas. En este salmo, la frase "hasta cuándo" aparece cuatro veces en los primeros dos versículos, indicando el desconsuelo profundo con una alabanza de lamento. Al David expresar sus sentimientos a Dios encontró fortaleza. Al final de su alabanza, ya podía expresar esperanza y confianza en Dios. El Señor nos ayuda a encontrar la perspectiva adecuada, y esto nos da paz. Porque: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.” (Hab 3:17-19). Como creyentes genuinos debemos aprender a orar y esperar en Dios. Estas variadas experiencias son necesarias para la disciplina del alma. Con frecuencia David declaró que Dios actuaba muy lentamente para salvarlo. A menudo nosotros también sentimos esa impaciencia. El salmista nos enseña con un lenguaje de preocupación, intercesión y confesión que aprendió a orar y esperar en Dios. Luego en otro salmo dará testimonio diciendo: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.” (Sal 40:1). I. El lenguaje de la impaciencia. Ahora David está preocupado por: 1. El silencio divino. “¿Hasta cuándo Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?” (Sal  13:1). Dios se acuerda de su pueblo, pero en ocasiones, en sus tratos para con nosotros, puede parecer como si se hubiera olvidado, los cielos parecen de bronce. Las oraciones tardan en recibir respuesta, y lo sobrenatural parece haber desaparecido por un tiempo de nuestras vidas. 2. La necesidad sentida de su presencia. “¿Hasta cuando esconderás tu rostro de mí?” Aquellos que nunca sienten la ausencia de Dios son los que más deben ser compadecidos. Puede que sean nuestras propias iniquidades y pecados que le ocultan de nosotros (Is 59:2); pero, si no, aunque Él oculte su rostro por un momento, seguimos teniendo la seguridad de su eterna bondad. “Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor.” (Is 54:7-8). 3. Su propia impotencia. ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con tristezas en mi corazón cada día?” (Sal 13:2a). Echado sobre sus propios recursos, los descubre totalmente inadecuados. Incluso los mejores y más sabios de los hombres, cuando se quedan limitados a sus propios recursos, son verdaderamente pobres. Anhela salir de sí mismo y hacia la sabiduría y fuerza de Dios. Para dar fruto, tenemos que morar en Él. (Jn 15:6). 4. El poder de su enemigo. “¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?” (Sal 13:2b). La ausencia del poder de Dios implica la presencia del poder del enemigo. ¿Durante cuánto tiempo triunfará mi enemigo? Durante todo aquel tiempo que no sea visto el rostro de Dios. Tu faz buscaré, oh Señor; aquella faz revelada a nosotros en la faz de Jesucristo.” Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2Co 4:6). II. El lenguaje de la intercesión. Ahora suplica: 1. La consideración de su causa. “Mira, respóndeme, o Jehová Dios mío” (Sal 13:3). Hay una santa familiaridad en esta petición. Aquel que dijo, “Venid, y estemos a cuenta” (Is 1:18), condesciende a tratar con nosotros como hombre. La causa que le es expuesta plenamente será por Él considerada cuidadosamente. 2. Ojos alumbrados.