803 - Nehemías, en la obra. Neh 3:1
Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio
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803 – Neh 3:1 Nehemías, en la obra. Entonces se levantó el sumo sacerdote Eliasib con sus hermanos los sacerdotes, y edificaron la puerta de las Ovejas. Ellos arreglaron y levantaron sus puertas hasta la torre de Hamea, y edificaron hasta la torre de Hananeel. Muchos de los nombres de los que participaron en la reconstrucción del muro y las puertas de Jerusalén gozan del eterno recuerdo en Nehemías 3:1-32 porque, como María, llevaron a cabo una buena obra para honra del Nombre de Dios. Las acciones santas se destacan como huellas en las arenas del tiempo. De esta magna obra aprendemos algunas breves pero importantes lecciones. I. Hay necesidad de trabajo. “El muro de Jerusalén [está] derribado” (Neh 1:3). Por la fe, los muros de Jericó fueron derribados, tras haber sido rodeados; pero los muros de Jerusalén no van a ser levantados solo por la fe. Según la práctica teológica de Santiago “la fe sin obras es muerta”. (Stg 2:17). Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. ¿No hay acaso muchas piedras (almas) al alrededor de nuestras puertas fuera de su lugar, y que por ello no alcanzan a cumplir el verdadero propósito de su existencia? Pablo nos exhorta encarecidamente que prediquemos “la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2Ti 4:2-4). II. Hay trabajo para todos. “A cada uno su tarea” (Mr 13:34). “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2Ts 3:10). No todos pueden ser capaces de llevar a cabo la misma tarea, pero todos pueden trabajar. Las hijas de Salum (Neh 3:12) quizá no podían hacer el trabajo duro como el emprendido por el hijo de los plateros o por el hijo de un perfumero (Neh 3:8). Los sacerdotes (Neh 3:1) y los comerciantes (Neh 3:32) puede que no sean igualmente expertos en el arte de edificar, pero en el Nombre de Dios ayudaron en el trabajo. Si no puedes físicamente, puedes orar: “Dios, bendice a los edificadores”. Trabaja en oración. “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.” (Jn 12:26). III. Esta obra fue voluntaria. “Dijeron: Levantémonos y edifiquemos” (Neh 2:18). La necesidad fue puesta delante de ellos; lo pusieron en su corazón, y se decidieron a comenzar en el acto. Aquellos profesos siervos de Cristo que holgazanean por la plaza del mercado eclesiástico ociosos porque “nadie los ha contratado” deben ser sinceramente compadecidos. Aquellos que salen y trabajan en amor por Él recibirán de Él “lo que es justo”. “El corazón del sabio está a su mano derecha”, listo para manifestarse en acción (Ecl 10:11). Cuando el corazón ha sido entregado a Dios y a su causa, la mano del servicio lo seguirá. No pongamos nuestro yugo sobre Cristo, Él dice: “Tomad mi yugo sobre vosotros” (Mt 11:29). Jesucristo recuerda a su pueblo “de gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mt 10:8). IV. Este trabajo era unido. Casi cada versículo de Neh 3 comienza con palabras como: “Junto a ellos, después de él, tras él, después de ellos”. Cada obrero unió su obra con la de su vecino. Por cuanto eran de un solo corazón se unieron bien dispuestos en el esfuerzo. Estaban dados al amor y a las buenas obras. La unidad en la obra de Dios se dará cuando los intereses sectarios y personales desaparezcan. “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” (1Co 1:10). El esfuerzo de las iglesias a veces es más parecido a la confusión de Babel que a la convicción de Pentecostés. “Somos colaboradores de Dios”, en la unidad del Espíritu (1Co 3:9; Ef 4:1-6). V. Este trabajo alcanzó el éxito.