799 - Nehemías, compasión por las almas. Neh 1:4

Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio

799 – Neh 1:4 Nehemías, compasión por las almas. Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos. Nehemías, al igual que Moisés, fue preparado de antemano para la tarea que Dios le encomendaría. Perteneciendo, a los “hijos de la cautividad”, estaba en contacto y comunión con ellos, y sirviendo “de copero al rey”, había accedido a una posición de riqueza e influencia que le daba preeminencia entre sus hermanos. Nehemías tendría el compromiso de reedificar los muros y puertas de Jerusalén. Es uno de los hombres de la Biblia que sobresale por tener más atributos de liderazgo. Era idóneo, no solo social, sino también moralmente, como planificador, con valentía de un verdadero líder de hombres, con profundas convicciones y una intensa devoción a la causa de Dios. Al estudiar su vida y su carácter esperamos que habrá, en su ejemplo, mucho que nos inspirará en nuestro servicio para Cristo, y a seguir a aquellos que “alcanzaron buen testimonio mediante la fe”. (He 11:39). Observamos de Nehemías: I. Su posición. “Estando yo en Susa, capital del reino” (Neh 1:1). Él tenía el privilegio de estar en el palacio del rey porque era “copero del rey” (Neh 1:11). Aunque ocupaba alta posición en la corte persa, no tenemos razón alguna para creer que fuera sacrificando ningún principio religioso, sino más bien debido a su carácter atractivo y digno de confianza. El “hombre de Dios” debiera ser el más fiable de todos los hombres aunque, como José, su virtud pueda convertirse en su única falta, por no pecar contra Dios (Gn 39:8-9). II. Su indagación llena de compasión. “Les pregunté [a unos que habían regresado de Judá] por los judíos… que habían quedado de la cautividad, y por Jerusalén” (Neh 1:2). La posición privilegiada de Nehemías no lo hizo indiferente a los intereses de sus hermanos y de la ciudad de su Dios. En un triste estado están aquellos que, por la prosperidad, han visto secarse su compasión para con los pobres del pueblo de Dios y por el honor del Nombre de Dios. Si el corazón está vivo para Dios, estaremos bien dispuestos, preparados, hasta para un servicio sacrificial para Cristo. Allí donde priva el amor hacia el prójimo, el amor del Padre no puede estar, porque “El amor de Cristo nos constriñe” (2Co 5:14). III. La revelación. “El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego” (Neh 1:3). Los muros significaban seguridad, poder y paz. El pueblo sufría por la pobreza, la afrenta del enemigo, y sin muralla de seguridad. Seguían cosechando los frutos de la rebelión e idolatría (2Re 25:1-30). La debilidad y la afrenta seguirán a los creyentes sin los muros de la comunión con Dios y sin las puertas de la alabanza quemadas por el enemigo. Un cristiano impotente y sin alabanza es afrenta para el título que porta. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2Co 4:6). IV. Su compasión por las almas. Nehemías dice: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré” (Neh 1:4). En la compasión por las almas se abandonó a sí mismo por el bien de sus compañeros y para la gloria de su Dios. ¡Ah, ah! con qué indiferencia podemos ver y oír aquellas cosas que hacen hoy de la Iglesia de Dios una afrenta y un refrán para sus enemigos! Pablo sabía de la santa agonía del alma cuando dijo: “Y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo” (Fil 3:18). Decimos que fuimos bautizados en Cristo pero tenemos unos corazones, con callos de rodilla de camellos, acerca de su causa que nunca nos sentimos constreñidos para sentarnos y llorar. Jesucristo “al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.” (Mt 9:36).