774 - Eliseo y la profecía final. 2Re 13:14.

Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio

774 – 2Re 13:14 Eliseo y la profecía final. Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió. Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Eliseo tenía ahora unos noventa años. Al menos habían transcurrido cuarenta y tres años desde que había llevado a cabo su último acto público en la unción de Jehú (2Re 9:1-13). Su buena influencia siguió aún haciendo un milagro después de muerto. Aprendemos lecciones prácticas de su última profecía y milagro. I. La vida más útil debe llegar a su fin. “Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió” (2Re 13:14). Está señalado que los hombres mueran una sola vez (He 9:27). Pero hay una segunda muerte, que depende de la propia decisión del ser humano: “El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.” (Ap 2:11). El amo de Eliseo, Elías, había sido arrebatado sin gustar la muerte, pero él debía ir por el camino de toda la tierra. Parece una ironía, que Eliseo el gigante de la fe que hizo tantos milagros durante su vida, muriera de una enfermedad. No importa cuán grande sean los dones y privilegios, el solemne fin nunca está muy lejos de nosotros. Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan de las tremendas posibilidades que se encuentran dentro de una sola vida. Por lo tanto usemos bien el tiempo. (Ef 5:15-16). II. Los logros pasados de los ancianos debieran alentar a los jóvenes. “Joás [el joven] rey de Israel… llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo” (2Re 13:14). Éste fue un oportuno recordatorio de un gran suceso en la vida de Eliseo, hacía cincuenta y siete años (2Re 2:12). El corazón del joven rey se derritió ante este pensamiento, al contemplar el pálido rostro de aquel que había tenido tal poder con Dios que había llegado a ser un terror para los reyes malvados. Hay esperanzas para el joven que respeta la sabiduría y las experiencias de un santo anciano, y que es consciente de que el arma más poderosa sobre la tierra es la fe en Dios (Mr 9:23). III. La confesión de la necesidad es el camino a una vida de éxito. El profeta moribundo comprendió plenamente el sentido profundo de la confesión del rey. Deseaba la victoria sobre sus enemigos. “Toma un arco y unas saetas”, dijo Eliseo, “Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey, y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira, y el rey tiró (2Re 13:15-17). Aquella saeta era símbolo de “salvación de Jehová”. La mano de Eliseo puede que fuera débil y temblorosa, pero era una mano que no debía ser menospreciada por el joven y por el fuerte que buscaba la victoria en el Nombre de Dios. La mano del vigor juvenil es impotente en la obra de Dios sin la mano de la fe. La mano del varón de Dios es en verdad “una mano de ayuda” usada con el poder de Dios. “Tu diestra, oh Jehová, ha sido magnificada en poder; Tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al enemigo.” (Ex 15:6; Sal 118:16). IV. Es deshonroso para Dios satisfacerse con un éxito parcial. “El varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al herir cinco o seis veces, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno” (2Re 13:18-19). ¡Qué oportunidad había tenido el rey, cuando se le aseguró que cada vez que hiriera la tierra con una saeta tendría una liberación. Pero “solo tres veces” la hirió. Recibió conforme a su fe (2Re 13:25). Pero, ¿por qué se detuvo sin alcanzar lo que Dios estaba preparado para hacer por él? ¿Fue pena por el enemigo, o una satisfecha confianza de que tres victorias serían suficientes para sus propósitos? ¿Por qué nos detenemos sin alcanzar la plenitud de bendición cuando pudiéramos ser más que vencedores? ¿No hay muchos como Joás, que están perfectamente contentos solo con la gracia y poder de Cristo en sus vidas que les permita ir adelante con algo de honra y crédito para sí mismos? Cada saeta de la oración creyente significa una liberación por el poder de Dios.