766 - Eliseo y la sunamita. 2Re 4:8

Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio

766 – 2Re 4:8 Eliseo y la sunamita. Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer. El profeta Eliseo pasaba con frecuencia por Sunem, pero debido a su cercanía al monte Carmelo normalmente no se quedaba allí; por eso la sunamita, una mujer acomodada que probablemente era de la nobleza y que ocupaba un lugar destacado en la sociedad, insistió que el profeta comiera con ella y su esposo en cada viaje, demostrando su hospitalidad. Con el tiempo, la señora convenció a su esposo de ayudar aún más al profeta santo por medio de la construcción de un cuarto en el techo de la casa, y lo amuebló con lo más esencial para darle un hospedaje adecuado (2Re 4:9-10). Sunem se encontraba en el camino que iba de Samaria al monte Carmel, donde había una escuela de los profetas. ¡Cuán reconfortante sería la pequeña estancia y el cuidado de la sunamita tras un fatigoso camino de 50 kilómetros bajo el calor y sobre el ardiente polvo de un camino oriental! El Señor tiene muchas maneras de cavar pozos para el refrigerio de los peregrinos celestiales. Aquellos que den solo un vaso de agua fría a uno de sus discípulos, como esta buena sunamita, no perderán su recompensa (Mt 10:42). Veamos la grandeza de la sunamita: I. Bondadosa. “Le invitaba insistentemente a que comiese” (2Re 4:8). El amor de Dios no está en nuestro corazón sino produce obras de fe (Stg 2:17). El amor de Cristo no se hizo esperar: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Ro 5:8). II. Discernidora. “Yo entiendo que éste… es varón santo de Dios” (2Re 4:9). Siendo ella de corazón puro, podía ver a Dios en el profeta (Mt 5:8). La soberbia y la vanidad ciegan tanto las mentes de algunos que no pueden distinguir entre un hijo de Dios y un libertino. La devoción es tratada de hipocresía (Jn 10:20). III. Agradecida. “¿Qué quieres que haga por ti?”; su respuesta fue: “Yo habito en medio de mi pueblo” (2Re 4:13). Una mujer quejumbrosa hace un hogar nublado. La piedad con contentamiento es gran ganancia (1Ti 6:6). La receta divina para la insatisfacción se encuentra en He 13:5-6. IV. Sobria. Para recompensar la bondad de la sunamita Eliseo le dijo: “El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo. Y ella dijo: No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva.” (2Re 4:16). La promesa de un hijo le parecía demasiado buena para que se cumpliera en ella. Así que le recordó a Eliseo que él era un hombre de Dios, y que por tanto no debía buscar ningún favor por medio de lisonjas. En su alma aborrecía la irrealidad, y amaba la verdad. La sunamita hubiera sido una aburrida compañía para las mujeres murmuradoras. Al siguiente año la sunamita concibió y dio a luz como dijo Eliseo (2Re 4:17). V. Sumisa. Después de varios años el hijo de la sunamita muere (2Re 4:18-20). Aunque su amado hijo había muerto, con una impresionante resignación dijo: “paz” (2Re 4:23). Sabiendo que el resultado sería “paz”, el más grande de los Sufrientes, Cristo: “Angustiado Él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Is 53:7). Habéis oído la paciencia de Job (Stg 5:11). Con un siervo, la valiente mujer llena de angustia pero también de fe y esperanza viajó al monte Carmelo buscando a Eliseo. (2Re 4:24-26). VI. Creyente. Cuando le preguntaron “¿Le va bien… a tu hijo?”, ella respondió: “Bien”. Es fácil decir “Bien” cuando fluye la marea de la prosperidad. Es necesaria la fe para decirlo en medio de las sombras del valle de la muerte: “He aquí, aunque Él me matare, en Él esperaré;” (Job 13:15). Es indudable que ésta es una de las mujeres de que leemos en He 11:35 Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección. La fe recibe la recompensa. Marta ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria