763 - Eliseo, sanidad de las aguas. 2Re 2:21.

Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio

763 – 2Re 2:21 Eliseo, sanidad de las aguas. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Eliseo inicia un nuevo ministerio siendo usado por Dios para que la iglesia que sigue a los hombres dejen de añorar a Elías. Jericó había caído bajo la plaga de la maldición divina (Jos 6:26). Como este mundo arruinado por el pecado, solo podría ser restaurada mediante el sacrificio de un primogénito, Cristo (Col 1:14-15). Toda la riqueza y sabiduría de Jericó no podían eliminar la plaga de las “aguas amargas”, como tampoco puede la sabiduría de los hombres detener el fluir, ni cambiar la naturaleza, de las aguas amargas del pecado. Solo el poder del Señor es suficiente para todo esto (2Re 2:21). La necesidad de esta ciudad representa la necesidad de cada vida manchada por el pecado: la sanidad divina. “Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad.” (Is 6:10). I. Su condición. Se contempla bajo dos aspectos diferentes: 1. Su situación era placentera “Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril.” (2Re 2:19). Hasta allí donde se trataba de los privilegios exteriores, todo era favorable. El suelo era rico en posibilidades, el clima era bueno, y la ubicación de la ciudad era deleitosa. ¡Qué imagen de un pecador en medio de circunstancias favorables! ¡Qué posibilidades no se encuentran al alcance del alma del hombre! “La situación es placentera” para todos aquellos que están rodeados con los privilegios del Evangelio. Pero estos, en sí mismos, no son suficientes. 2. Su tierra era estéril. Por mucho que trabajasen, su afán no les reportaba satisfacción alguna. Aquellas aguas amargas nunca llegaban a satisfacer los deseos de sus corazones. Tal es el estado de aquellos cuyos corazones no han sido sanados por la Palabra de Dios. Los higos de la verdadera satisfacción y las uvas del santo gozo no pueden crecer entre los cardos y espinos de la naturaleza irregenerada del hombre. Del corazón salen las corrientes de la vida “De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?” (Stg 3:10-11). De un corazón malo sin la gracia de Dios siempre brotará aguas amargas a la vista de Dios (Mt 15:19-20). ¿Quién hará limpio a lo inmundo? II. El remedio. 1. Su naturaleza. “Una vasija nueva, y… en ella sal” (2Re 2:20). Esta “nueva vasija” puede ser un tipo apropiado del NT, con Cristo como la sal de la salvación en ella. El profeta aquí significa que la sal representa el poder salvador de Jehová (2Re 2:21). Esta sal jamás ha perdido su sabor. “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hch 4:12). 2. Su aplicación. “Echó dentro la sal [en los manantiales de las aguas]” (2Re 2:21). No trató de sanar las corrientes aparte de la fuente. Fue directamente a la fuente del mal. La sal no podría obrar ningún milagro de sanidad en la fuente hasta que entrara en contacto con ella. Los que tratan de establecer su propia justicia están tratando de purificar la corriente mientras que la fuente sigue sin ser sanada. (Ro 10:3). No es Cristo en la Biblia el que salva, sino Cristo en el corazón. Nuestro Señor echó la sal en la fuente de la vida cuando le dijo a Nicodemo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Jn 3:7). “Tened sal en vosotros mismos” (Mr 9:50). “Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Col 1:27). “Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga.” (Lc 14:34-35). III. Los resultados. 1. Hubo sanidad.