667 - Dios pelea nuestras batallas. Dt 20:3-4
Descansando en Dios - En podcast av Francisco Atencio
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667 – Dt 20:3-4 Dios pelea nuestras batallas. y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros. La presencia de Dios es la seguridad de la victoria en cada batalla que libramos pero ésta sólo se mantendrá si el pueblo obedece a las normas establecidas por Él. Si alguien tiene una mano seca y no puede trabajar, nos da lástima y tratamos de ayudarlo, pero si hay alguien que tiene el alma seca y es incapaz de servir a Cristo, ¡pocos se preocupan! Ocupemonos de los no aptos para la batalla espiritual. 1. Hay una batalla que librar. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Ef 6:12). Consideremos las tres claves para ganar la batalla: C1. El poder del enemigo. “Caballos y carros, y un pueblo más grande que tú” (Dt 20:1). Las fuerzas del mal son numerosas en tres grandes divisiones: la carne, el mundo, y el diablo. “El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria.” (Pr 21:31). “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Stg 4:7). En el pasado luchamos bajo las banderas del príncipe de las tinieblas (Ef 2:2-3). “¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda, y confían en caballos; y su esperanza ponen en carros, porque son muchos, y en jinetes, porque son valientes; y no miran al Santo de Israel, ni buscan a Jehová!” (Is 31:1). C2. El secreto del poder. “Está contigo Jehová tu Dios” (Dt 20:1,4). En la batalla espiritual nada podemos hacer sin la presencia del Cristo viviente. “El rey no se salva por la multitud del ejército, ni escapa el valiente por la mucha fuerza.” (Sal 33:16). La batalla no es vuestra, sino del Señor en vosotros. “Mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo” (1Jn 4:4). Algunos “confían en los carros y caballos de sus propias fuerzas y energías, mas nosotros recordaremos el Nombre del Señor“ (Sal 20:7). Sin el poder de Cristo los hombres serán heridos y avergonzados por el enemigo como los siete hijos de Esceva (Hch 19:13-17). C3. La promesa alentadora. “No desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis” (Dt 20:3-4). “No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios” (Is 41:10). “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro 8:37). Cristo nos “dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.” (Mt 10:1). “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.” (Lc 10:19). 2. Los que no son aptos para la batalla. ¿Quiénes son estos? N1. Aquellos cuya obra de dedicación no ha quedado completada. “¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa” (Dt 20:5). El Señor sabía que aunque los tales fueran reclutados forzosamente a luchar, sus corazones estarían en sus casas. La consagración de todas nuestras posesiones a Dios es la manera de librarnos de toda ansiedad acerca de ellas, de modo que de ninguna manera nos estorben de llevar a cabo la obra del Señor. N2. Los que no han gustado del fruto de su trabajo. “¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa.” (Dt 20:6). El hombre que todavía no había obtenido ningún fruto de su labor quedaba también descalificado. Los cristianos cuyas vidas no hayan dado fruto en el hogar no es probable que sean fructíferos fuera de él, “porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” (1Ti 5:8). Los misioneros más fructíferos en el extranjero